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La enfermedad social presente en el #VacunaGate



La enfermedad social presente en el #VacunaGate

por Ricardo Milla Toro

El caso del Vacunagate en el Perú ha sido altamente escandaloso y ha implicado a políticos y empresarios, tanto al sector público como al privado.

En medio de este caso –que muchos juzgamos como corrupción, pues es hacerse de un bien público y usarlo como si fuera privado, para beneficio personal– me llama la atención el modo de justificación de alguno de los actores involucrados.

La manera en el que justifican su acción indicaría que no son conscientes, o no son tan conscientes, de que han cometido una falta o, de reconocerlo, lo hacen, de todos modos, con concierta justificación que va casi en la misma línea.

Hay un tipo de moral por el cual estas personas se guían. Por moral entendamos una serie de reglas que rigen la interacción social por las cuales se realizan juicios valorativos. Es desde esas reglas que se dan razones sobre actos y pensamientos realizados en un caso concreto.

Los inoculados llegan a decir que lo que han hecho o no es malo o no es tan malo o es lo que se suele hacer o sí es malo, pero así es, pues. Podemos percatarnos que i) tienen un tipo de moral y ii) una interpretación de la moral existente. Desde ambas ofrecen sus razones que para ellos son válidas.

Este modo de actuar delata a muchas personas que están en el poder, sea público o privado, a tal punto que podríamos llamarlo casi una cultura.

Una cultura de la corrupción. O, lo que podría ser lo mismo, una cultura en la cual, por el cargo que ostenta, le corresponde una tajada de un bien público. No se evalúan otras situaciones o circunstancias, en las cuales su acto podría perjudicar a los demás, sino que le parece algo normal –o algo que “se puede hacer”.

Se constata un tipo de desconexión entre la moral existente, incluso institucionalizada, esa que rige el modo de comportarse respecto a los bienes públicos, por ejemplo, y la interpretación que tienen estos que han sido inoculados con la vacuna de Sinopharm. Esta desconexión indicaría un fenómeno que no se calificaría como una injusticia sin más.

Están desconectados hasta tal punto de las normas que rigen el actuar social que llegan a cometer estos actos en que un humano le causa daño a otro y, en este caso, tal daño ha llegado hasta impedir que alguien se salve de morir o, dicho directamente, muchas personas que han muerto lo hicieron pudiendo haber obtenido esa vacuna que usó ese político, ese funcionario, ese empresario.

Esto denotaría entonces un tipo de enfermedad, sin embargo, una que no es mental, sino más bien social, una enfermedad social –pues su origen y su desenvolvimiento es en la sociedad.

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